La niña en el clóset

Aunque me fascina hablar como una cotorra, siempre me ha gustado hacer cosas sola; y cuando digo siempre, me refiero desde mi infancia a estar en silencio total sin que nadie me interrumpa. De niña, me cuenta mami que me metía en el closet; allí pasaba horas jugando con mis muñecas; no, no juagaba a maestra ni las muñecas eran mis estudiantes; jugaba a cambiarles la ropa, a peinarlas, a que se vieran bonitas.

Luego, cuando fui creciendo, quizás ya no en un clóset físico, pero sí a solas en mi habitación, leía, escribía en mi diario; recuerdo uno de carpeta dura blanca laminada, con diseños de colores pasteles; ese tenía un candado debilucho con llave, que para mí era más sagrada que la clave de acceso a la bóveda del tesoro de Estados Unidos. Protegía mi diario más que a mi vida. Eran mis palabras, mis ideas, mis sentimientos, miedos y anhelos los que estaban ahí y eso nadie lo podía leer.

Más tarde, llegaron a mí las revistas. Creo que no hay revista de moda que yo no haya leído durante mi adolescencia. No me explico por qué no guardé alguna edición de la revista Tú; también, durante esa etapa, en la Vanidades descubrí las novelas, esas que debías leer por capítulos mensuales, la mayoría escritas por Corín Tellado. Mientras leía todo eso, decía en mi cabeza: “yo puedo escribir eso, puedo escribir así”. Descubrí la narrativa, buena de verdad, en la clase de Español de séptimo grado con Misis Cruz, al leer Lautaro, el libertador del Arauca. Algo en esa novela me capturó ciegamente. Ya en escuela superior, en duodécimo grado, la maestra de Español avanzado nos dio una clase tan bella: leer textos literarios, discutirlos y escribir sobre ellos. Decidí ser maestra, en gran parte por ella y por esas clases socráticas que tomé en una escuela pública en Carolina, que ahora está reducida a abandono, escombros y maleza. En mi juventud, 19 años, leer La triste historia de la cándida Eréndira y su abuela  la desalmada me voló la cabeza; luego, ver la película, desató otra forma de fascinación por las letras; ver esa transmutación de lo que había leído a lo que había imaginado y luego, verlo transformado en lo que otro interpretó para el cine fue como descubrir un mundo nuevo y raro.

Pensé que ser maestra de Español me permitiría vivir esas sensaciones que tuve en mis clases con la maestra Marrero, sin embargo, me he dado cuenta que no era la clase, la maestra (sí tuvo que ver), la escuela lo que me fascina; ese era solo el contexto en el que se daba mi amor por las letras, por las palabras, por la estética literaria, que sembraron en mi casa mis padres y que luego aprendí que puede surgir en cualquier espacio y, que, irónicamente, el más difícil de crear es, precisamente, la escuela, donde nadie tiene tiempo de leer, de saborear el gusto por las palabras y donde muy poco importa si se habla bien nuestra lengua, la que la gente reduce a poner tildes.

Esa búsqueda de espacios provocativos y de lugares para crear en donde la mente se pueda fugar sin restricciones ha ido devolviéndome poco a poco al clóset de mi niñez. Ante cada muro con el que he chocado, he ido retrocediendo pasos que me han marcado el camino al encierro consciente. Pero, me cuesta, me cuesta pensar dentro de la caja, pero también, me aterra pensar fuera de ella porque siempre he encontrado desconfianza, peros, altos, atentados para que trate de no ser. Regreso al clóset de mi niñez a la fuerza. Jugar con mis ideas y palabras en mi cabeza y solo hablar acerca de ellas, cuando puedo, como sueños lejanos, porque de la escritura nadie vive en este país, porque los que se dedican a las artes se mueren de hambre… pienso que mueren de hambre, quizás, con felicidad, porque, ¡qué horrible es tener la barriga llena y el alma insatisfecha!

Estar en el clóset y salir del clóset son dos metáforas que, prácticamente, resumen la vida de quien no se atreve o puede a vivir en la libertad de ser lo que realmente siente que es. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la frase salir del clóset se utilizaba para describir el momento cuando las jóvenes debutan en sociedad. Ahora el clóset es el escondite seguro de los homosexuales, lesbianas y de los que aman de forma distinta a lo determinado por la sociedad. Salir, ser libre, decir lo que sientes, eres y quieres es un acto de valentía, que se da en un camino lleno de prejuicios, señalamientos, discrimen y miedo. Sin embargo, me pregunto: ¿es la homosexualidad la única razón que causa que colguemos de un gancho nuestra esencia y la miremos de cuando en vez para decir: «ya no me sirve o ya no está de moda o qué dirá la gente si me ve con esto»? No. Y yo soy el vivo ejemplo de ello.

Llevo 23 años de mi vida en un clóset que cada vez se vuelve más pequeño y que tiene las puertas cada vez más herméticas. Recuerdo a Alicia. Pero, ella dio la vuelta y encontró la llave de oro. Entonces, ¿cómo abro la puerta, paso el estrecho pasadizo, veo el jardín más maravilloso que pueda imaginar y salgo de este armario oscuro y paseo entre flores multicolores y frescas fuentes? Alicia bebió del elixir que la empequeñeció para luego volverse grande, inmensa y comenzar a aprender y a descubrir en el País de las Maravillas. Ya tengo los nudillos ensangrentados de tantos golpes que le he dado a esas puertas, cada vez que veo que se cierran y que no puedo ser yo. Es que ya no quepo en el clóset de mis ideas; de niña fue mi espacio de libertad y creación, en el que mis padres me dejaban jugar; ahora se ha convertido en la prisión-refugio que me ha negado la libertad de ser. Quiero salir de ese clóset, crear y escribir sin limitaciones y sin reglas aunque muera de hambre, pero mi alma esté llena.

Actualización 2024: En mi oficina, que se ha convertido en un nuevo clóset