Siempre hay alguien
Este enunciado me acecha hace una semana: siempre hay alguien. Tenerlo rondando en mi cabeza provoca que me cuestione si es un pensamiento inconsciente e inseguro que sirve de subterfugio para justificar unas cosas o realmente es una idea basada en la observación de las circunstancias que se repiten a través de los años, que me han servido para formular esta teoría. Espero descubrirlo al final de la columna.
¿Por qué me hostiga esta frase? El otro día, le pregunté a una amiga sobre su pretendiente, ese que le había salido casado. Me dijo que se habían convertido en amigos, que ya no le enviaba el mensajito de buenos días, no había emojis y que solo hablaban del trabajo. Le pregunté si él le hablaba de la esposa y me dijo que no. Pensé en que siempre habrá otra que le escuchará los cuentos.
Entonces, me di cuenta de que siempre hay alguien, pero no me refiero a otra mujer, exclusivamente; me refiero a que siempre hay otra persona en la vida de nuestra pareja. ¿Cómo me enfrenté a esto cuando lo analicé? No sé si es por mi edad (algo mágico sucede cuando pasas de los 40 años), pero entender las relaciones de pareja desde el sesgo de un versus entre lo exclusivo y lo general me dio cierto alivio. Es más, sentí que había dado con el nudo que me había enredado las emociones por mucho tiempo. OJO: no estoy hablando de infidelidades ni de tríos ni de ser un tercero o permitirlo.
De lo que hablo es que siempre en la vida de nuestra pareja o en la nuestra (cuando uno está solo) estará esa amiga o amigo de la infancia que regresa y levanta las llamas del recuerdo; los compañeros de escuela que se reencuentran ya adultos y cambiados; los colegas en el trabajo con los que somos afines y tenemos temas de interés; las exparejas con las que queda un trato cordial/especial; la que te vende el café todas las mañanas en la panadería; el que te arregla el carro.
Es esa gente que siempre está ahí con la que tienes un vínculo casi imperceptible, pero en la ruptura, en la duda de la relación de pareja o en la soledad, sin casi darte cuenta, llena el espacio de la incertidumbre o la inconformidad.
Por ejemplo, C tiene problemas con su novia; C tiene su compañera H en el equipo de natación con la que mejor se lleva. Cuando C terminó con su novia, salía a comer con H, llegaban juntos a las prácticas y la pasaban muy bien, sin embargo, no eran una pareja. En otro caso, N tenía a su esposo muy enfermo; su colega P era muy afín con ella, como sabía la situación que pasaba N, la reconfortaba; a veces, la invitaba a almorzar, le compraba café por la mañana y la cubría en el trabajo cuando N debía salir de emergencia a cuidar a su esposo. Y así hay cientos y cientos de historias sobre las otras personas. ¿Afinidad, atracción, química, pura bondad…? ¡Quién sabe las razones!
Ahora, entender que “siempre habrá alguien” es un buen ejercicio para medir la seriedad, el compromiso que existe en la pareja. Es un asunto de establecer límites. Es importante saber que somos únicos en esencia; cada persona es diferente y cada quien tiene su encanto; eso no significa que nuestra pareja no pueda mirar, sentirse atraído o gustarle otra persona; no es presa de nuestro hechizo, no se vuelve ciego; lo trascendental está en cuáles razones fundamentan las decisiones para que se respeten los acuerdos en la pareja.
En ocasiones, esa otra persona (si sabemos o sospechamos que existe) nos puede brindar información que no vemos por la cercanía, la rutina… que sé yo… no soy psicóloga. Jajajajajajaja.
Estas son mis apreciaciones sobre la vida, sobre las relaciones humanas, sobre las experiencias vividas y sobre cómo asimilo el mundo para poder escribir cuentos y novelas con personajes verosímiles que entretengan al lector y que, quizás, lo ayuden a entenderse mejor a sí mismo y a los demás… Pero, piénsalo bien: siempre hay otra… a lo mejor eres tú.
